Lee los 2 primeros capítulos del volumen II (Una sombra escurridiza)


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Chicago, ciudad de Norteamérica, la Tierra
Año 2652, a mediados de año

 
La Tierra, la cuna de la Humanidad, es el tercer planeta del Sistema Solar en cuanto a la proximidad con el Sol (tras Mercurio y Venus). Está situado a unos 150 millones de kilómetros del Sol (esta distancia se llama "unidad astronómica").
Igual que Mercurio, Venus y Marte, la Tierra es un planeta rocoso (a diferencia de los planetas gigantes del Sistema Solar, que son gaseosos). Y es muy denso. De hecho, es el de mayor densidad de todos los planetas del Sistema Solar, y por eso tiene una gravedad bastante fuerte.
La Tierra está compuesta principalmente por hierro (un tercio), oxígeno (casi un tercio), silicio (un sexto), magnesio (casi un sexto), azufre (más o menos un 3%), níquel (más o menos un 2%), calcio (1,5%) y aluminio (una cantidad parecida). Se cree que el núcleo está formado casi todo por hierro, con más o menos un 5% de níquel y un 5% de azufre. A pesar de ser rocosa, la Tierra tiene mucha agua sobre la corteza, la mayor parte salada (los mares), la cual, además, en los polos está helada en superficie. La parte rocosa sobresale un poco del agua: esas partes rocosas sobresalientes se llaman "continentes" o "islas".
Tiene una atmósfera formada sobre todo por nitrógeno (un 78%) con una cantidad importante de oxígeno (un 21%). También hay un poco de vapor de agua y dióxido de carbono, además de otros gases en proporciones muy bajas. En la parte superior de la atmósfera hay ozono (oxígeno triatómico), el cual, junto con el campo magnético terrestre, que es bastante fuerte, bloquea la radiación solar.
Tiene un diámetro de 12.740 kilómetros. De los cuatro planetas rocosos, es el mayor (Venus es algo menor que la Tierra y Marte es aproximadamente la mitad de la Tierra; Mercurio es más pequeño). Pero, en comparación con los gigantes gaseosos (Júpiter, Saturno, Urano, Neptuno), la Tierra es minúscula.
La Tierra tiene el eje de rotación inclinado con respecto al plano donde se sitúan todos los planetas. Esto hace que haya estaciones (es decir, en el mismo lugar se suceden periodos más fríos y periodos más calientes). El tiempo que tarda la Tierra en dar una vuelta al Sol se llama "año". Al dar una vuelta al Sol, el planeta también gira unas 366 veces sobre sí mismo. Aparte, tiene un único satélite natural, la Luna.
Gracias a la abundancia de agua y a la protección contra la radiación solar, en la Tierra llegó a desarrollarse la vida. Además, en 1969 los humanos tuvieron la osadía de enviar dos personas a la Luna, desafiando las dificultades de un viaje tan complejo. Aquel hito fue determinante. A partir de entonces la expansión de la Humanidad por el Sistema Solar no se detuvo. No obstante, pese a la expansión, la Tierra seguía ejerciendo un poder cautivador sobre todas las personas. Su aire (que se veía azul claro: todo un regalo para la vista), las plantas, agua corriendo libremente por la superficie, el poder andar por su superficie sin trajes espaciales y respirar aire no enlatado... aquello era una cosa que ningún otro lugar del Sistema Solar podía ofrecer.
Djènia estaba esperando sentada en la sala de espera del despacho del señor Nàxian, ubicado en un edificio alto en Chicago, una ciudad de la Tierra. Era una sala con paredes blancas, sin demasiada decoración; solo había dos butacas, un cuadro enteramente azul colgado en la pared y una planta junto a las butacas. Dado que ella era bajita y tenía el pelo rubio corto sobre su cutis blanco, parecía que la sala fuera más grande de lo que realmente era.
Don Nàxian era uno de los directivos de la empresa minera Iniun, y quería que la nave Skørdåt hiciera un trabajo para la empresa. Djènia estaba allí para tratar el asunto.
Cuando la chica llevaba un rato esperando, de la puerta del despacho de Nàxian salió un robot asistente flotador de color gris cromado, con una forma vagamente humanoide (en lo alto tenía un objeto oval llano que parecía una especie de cabeza, con dos luces azules que simulaban ser ojos), y dijo a Djènia, con voz femenina metalizada:
—Ya puede pasar. El señor Nàxian va a recibirla enseguida.
Djènia se levantó y pasó a dentro.
El despacho era grandioso y tenía unos grandes ventanales que dibujaban una semicircunferencia desde donde se veía el paisaje verde en altura. Detrás de una mesa colocada en el centro estaba Nàxian, un hombre blanco de mediana edad, con el cabello castaño liso y corto. El hombre se levantó del asiento sonriendo, extendió la mano y Djènia se la estrechó. Nàxian señaló una de las dos sillas que había ante su mesa y dijo:
—Tome asiento, se lo ruego. Lamento que nuestro servicio de seguridad le obligara a dejar sus armas en la entrada. Aquellas dos pistolas. Pero comprenderá que es una medida de seguridad...
—Lo entiendo, no se apure —dijo ella, sentándose.
—Estoy contento de conocer a una skørdåtiana —prosiguió Nàxian—. Me hablaron muy bien de su nave.
—¿De veras? ¿Y quién le habló de nosotros, si puede saberse? —preguntó Djènia—. Lo digo porque, como puede imaginarse, no tenemos ninguna página en la red anunciándonos, ni ningún perfil en las plataformas sociales donde vamos explicando lo que hacemos cada cron... Somos una nave que, por el trabajo que llevamos a cabo, mejor pasar desapercibidos.
Nàxian, que ya estaba de nuevo sentado en su asiento, rio un poco y dijo:
—Claro, claro, ya me lo imagino. Quien me habló de ustedes fue mi jefe de seguridad. Es un exmilitar, pero mantiene muchos contactos con los bajos fondos... para obtener información, ya me entiende. Y él ya hace tiempo que sabe de su nave.
—Ya —respondió lacónicamente ella.
—¿Un café? —ofreció Nàxian.
—No, gracias.
—¿Estuvo usted antes en la Tierra? —dijo él.
—Sí, sí.
—Bien, permítame que vaya al grano. ¿Conoce nuestra empresa, Iniun?
—Sí —respondió ella—. Sé que se dedica a la explotación minera. No es de las más importantes. Pero, aun así, tiene explotaciones por todo el Sistema Solar. De hecho, a pesar de ser una empresa modesta, menudo mogollón de dinero que barajan aquí...
—Vaya —dijo, sonriendo, Nàxian—, veo que hizo los deberes...
—Y ahora quieren los servicios de la nave Skørdåt. Supongo que para un transporte.
—En efecto.
—Ya me perdonará —dijo ella—, pero Iniun tiene naves propias que pueden transportar todo el material que extraen de las minas. También dispone de un servicio de protección del transporte, con el objeto de evitar asaltos. Y, por lo que acaba de decirme usted, su jefe de seguridad es un tipo eficiente. ¿Por qué quieren contratar los servicios de la Skørdåt?
El hombre se reclinó en su asiento, hizo que girase un poco y dijo:
—¿Conoce el aliax, señorita?
—Sí. Sé que es un material que se emplea en la construcción de edificios y naves.
—Es el mejor material que hay en todo el Sistema Solar —prosiguió Nàxian—. Es muy resistente; no se oxida; es muy buen aislante, no solamente térmico sino contra la radiación ionizante; es ignífugo; y, además, es maleable. En efecto, se usa en revestimientos de naves y estaciones espaciales, en la construcción de colonias en los satélites y planetas, en algunas armaduras antibalas... Puede decirse que su hallazgo fue un salto cualitativo enorme en la evolución humana. Como lo fue el descubrimiento del bronce o del hierro en la Antigüedad, del plástico en el siglo XX, del grafeno en el siglo XXI o de los cristales de refracción en el siglo XXIII. Pero tiene un problema.
—¿Un problema?
—Sí —prosiguió él—. Se extrae en forma sólida a una temperatura inferior a los 200 grados centígrados negativos. Y, para darle forma, hay que ponerlo a 1.800 grados centígrados positivos. Para calentar una cosa a esta temperatura hace falta muchísima energía. Parte del coste del aliax es la extracción, obviamente; pero otra parte corresponde al proceso de manipulación, que requiere mucha energía.
—Ya.
—Bien. Hoy en día, el aliax solamente se encuentra en los satélites de Neptuno y Urano. Ni en Venus, ni en Marte ni en la Tierra hay. Tampoco en el cinturón de asteroides. Los núcleos de Júpiter y de Saturno no se pueden explorar. En Plutón tampoco se halló aliax, a pesar de que algunos se aventuraron a buscarlo allí. Pero eso acaba de cambiar.
—¿Sí? —dijo ella.
—Sí. Tenemos una explotación minera en Mercurio, de la que extraemos hierro y silicatos. Hará unos meses encontramos aliax, ¡y nos quedamos asombrados! Fue todo un hallazgo. Ya hicimos los trámites para que nos dieran licencia para extraer aliax (hasta ahora solo teníamos licencia para sacar hierro y silicatos).
—Así que ya empezaron la extracción de aliax de Mercurio...
—Sí. Y descubrimos que aquel aliax era especial.
—¿En qué sentido?
—Por dos hechos. Primero, la densidad geológica de Mercurio es más alta que en cualquier otra parte. Y el aliax que hay allí es más denso que el de otros lugares. Por lo tanto, con un centímetro cúbico de este aliax podemos hacer más cosas que con un centímetro cúbico del procedente de otros sitios. Vaya, que es más eficiente y más rentable.
—¿Y el segundo hecho?
—Mercurio tiene unos contrastes de temperatura enormes.
—Sí, ya lo sé. Está muy cerca del Sol, y en la parte donde da el Sol uno se asa, mientras que en la parte donde no da hace un frío de narices.
—Exacto —continuó el hombre—. Esto no tiene incidencia en el hierro y en los silicatos que hay bajo la superficie, pero... Se ve que el aliax que hay bajo la superficie de Mercurio reacciona a esos cambios de temperatura. Y, debido a ello, el aliax de Mercurio se torna líquido con más facilidad. No hay que ponerlo a 1.800 grados centígrados positivos. A 260 grados es suficiente. Por ello, no hay que gastar tanta energía para manipularlo y el coste es mucho menor. Como puede imaginarse, señorita, el aliax mercuriano nos permite ganar más dinero. Lo podemos vender líquido al mismo precio que el aliax de Neptuno y Urano, pero a nosotros nos cuesta muchos menos dinero hacer que se vuelva líquido, por lo tanto ganamos mucho.
—Ya. ¿Y qué debemos hacer nosotros? —preguntó Djènia.
—Lo del aliax mercuriano va a saberse pronto... Es algo que no puede esconderse, la gente va a enterarse de su existencia en el momento que empecemos a comercializarlo. Algo así es imposible de esconder. Por consiguiente, las otras empresas mineras que tienen establecimientos en Mercurio van a empezar a buscarlo frenéticamente. Por todo ello, tenemos que aprovechar este primer momento para darle una rentabilidad todavía más alta.
—Y por eso necesitan la Skørdåt, ¿no es así?
—Sí. Queremos llevar una cantidad considerable de aliax mercuriano a un lugar nuevo y crear una nueva colonia. ¡Tenemos que aprovechar el empuje!
—¿Dónde?
—Como usted ya sabe —continuó Nàxian—, el Sistema Solar está superpoblado. Necesitamos nuevos espacios.
—¿Acaso quieren crear nuevas estaciones espaciales?
—Las estaciones espaciales... Construirlas es muy caro, y aún más mantenerlas. Pero un asentamiento sobre un planetoide a la larga es más barato. No, no vamos a construir ninguna estación espacial nueva. Lo que vamos a hacer es ir a un lugar donde nunca fue nadie y vamos a crear una colonia. Con el aliax que vamos a llevar allí se puede hacer a precios muy bajos. De este modo, vamos a empezar a construir nuevas viviendas que se pueden vender a quien necesite un hogar.
—Ya —dijo ella—. Quieren ejercer de constructores, también, aprovechando el empujón de un aliax superbarato.
—Así es. Y aquí es donde entra su nave. Queremos que nos haga el transporte.
—Vale. Pero aún no entiendo por qué su empresa no se encarga de este transporte con sus propias naves de carga. ¿Para qué necesitan la Skørdåt?
—Bueno —continuó Nàxian—, como dije, pronto va a saberse lo del aliax mercuriano. Y cuando empiecen a salir nuestros cargueros de la mina de Mercurio, lo más probable es que sean atacados por asaltantes. Tenga en cuenta que son cargueros muy grandes, y por ello están más expuestos a los ataques. Son vulnerables a un ataque coordinado de varias naves piratas. Unos cuantos misiles pueden dañar una parte del fuselaje del carguero y dejarlo a merced de los asaltantes. Pese a que llevan escolta, este material tiene un valor enorme y nos tememos que nuestros cargueros van a ser atacados masivamente a lo largo de cualquier trayecto que hagan. Incluso si pusiéramos toda nuestra escolta disponible, creemos que sería difícil repeler todos los ataques. Aunque intentamos mantener en secreto esto del nuevo aliax, es probable que algún clan o alguna nave pirata ya lo sepa. Queremos llevar a cabo el primer transporte hacia la nueva urbanización sin que nadie lo sospeche. Una vez llegue este contingente de aliax mercuriano a su destino, se puede empezar a construir la nueva colonia y los beneficios económicos van a llegar como una fruta madura. Con estas ganancias, después ya podemos empezar a transportar aliax mercuriano en grandes cantidades, porque, si perdemos un carguero debido a un ataque, las pérdidas van a quedar de sobra compensadas porque el primer transporte habrá llegado a su destino y eso va a darnos beneficios enormes.
Al terminar la explicación, Djènia estuvo un momentín callada. Pensaba qué implicaba aquel viaje. Cuando ya lo tuvo calibrado, habló:
—A ver, ante todo debo aclararle que nosotros normalmente no trabajamos para empresas. No es el mundo en el que nos movemos.
—¡Ya lo sé, ya lo sé...! —dijo Nàxian, moviendo las manos—. Pero yo soy un hombre de negocios y busco la mejor solución en cada tema. Por eso ofrecemos el dinero que ofrecemos.
Djènia asintió con la cabeza y continuó:
—No le garantizo que aceptemos el trabajo. Debo hablarlo con mi capitán. Él tiene la última palabra.
—Lo entiendo perfectamente —respondió el hombre.
—Bien. Además de esto, tengo varias preguntas. Uno: nuestro carguero es relativamente pequeño en comparación con los que tienen ustedes.
—Sí, lo sabemos. Pero con las bodegas llenas, la Skørdåt puede llevar todo el aliax mercuriano que deseamos transportar a la nueva colonia.
—Dos —continuó ella—: si nos atacan y nos roban el aliax, no vamos a poder responder. A ver si lo pilla: por nuestra naturaleza, nosotros no contratamos seguros que cubran lo que transportamos. Me explico, ¿eh?
—Sí, sí. Pero los riesgos de robo siempre están ahí. En la Skørdåt y en cualquier otra nave. Pero sabemos que la Skørdåt es una de las mejores naves para llevar a cabo un transporte así.
—Está bien —dijo Djènia—. Y tres: ¿cómo saben ustedes que nosotros no les vamos a robar el aliax mercuriano? Podríamos quedárnoslo y revenderlo...
Nàxian rio un poco.
—Sí, claro. Pero buscamos una nave que tenga fama de solvente. Hay otros muchos transportistas, pero creemos que no tienen lo que hay que tener. Así que los descartamos. Pensamos en la Skørdåt porque todo el mundo con quien hablamos dice que tiene una capacidad enorme para cumplir cualquier encargo que se le haga, por difícil que sea. Que siempre cumplen.
—Vaya —dijo ella—, o sea que la fama nos precede.
—Más o menos. Si la gente de la Skørdåt fallara o nos estafara en este encargo, esto acabaría sabiéndose. Como le digo, dentro de poco va a ser imposible esconder la existencia del aliax mercuriano. Por consiguiente, también acabará sabiéndose si la gente de la Skørdåt cumplió o no. Y si ustedes no cumplen, quizás van a ganar mucho dinero vendiendo nuestro aliax, pero difícilmente van a tener otros encargos en un futuro.
—Dio en el clavo —respondió ella—. Veo que ustedes también hicieron los deberes...
—Soy un hombre de negocios... —dijo él, sonriendo.
—¿Y a dónde quieren que llevemos el aliax?
—A Eris.
Se hizo un instante de silencio, hasta que Djènia dijo:
—Disculpe, ¿a Eris? ¡Pero si nadie estuvo allí jamás...! ¡Aquello está en el quinto pino!
—Acabo de decirle que nunca nadie estuvo allí... —fue todo lo que respondió Nàxian.
—Solo viajaron hasta allí algunas sondas no tripuladas enviadas por empresas mineras, y lo único que vieron es un yermazo helado y oscuro.
—Tenemos una nave camino de Eris —replicó Nàxian—. Va hacia allí en secreto. En ella viajan ingenieros, arquitectos, operarios y robots. Y llevan material de construcción, sobre todo hierro, aluminio y plástico (material de poco valor, si se fija). Cuando ustedes lleguen, ellos ya estarán allí.
Djènia pensó durante unos segundos y dijo:
—Supongo que están en contacto con esta otra nave.
—Por supuesto.
—Lo digo porque, si no llegan a Eris por un fallo mecánico, puede ser que se pierdan por el espacio.
—Esperemos que eso no ocurra... —respondió el hombre—. Y los tripulantes de esta nave cobran un plus de peligrosidad muy elevado y contratamos un seguro de vida para sus familiares.
—¿Y cuánto van a pagarnos a nosotros?
El hombre escribió una cifra en un papel y lo mostró a la chica.
—¡La madre! —dijo ella—. No sé si esta cantidad de créditos va a caber en un incón...
El hombre se puso a reír y le dijo:
—Después de este viaje, su tripulación podrá tomarse unas buenas vacaciones...
—¿Para cuándo necesitan una respuesta por nuestra parte?
—Lo antes posible.
—Vale. Le llamaré —dijo Djènia, levantándose del asiento.
Estrecharon la mano y Djènia salió del despacho.
Algo más tarde, Djènia estaba en medio de una plaza soleada de Chicago. Tenía el incón en una mano y en la pantalla veía a Denk, el capitán de la Skørdåt, un muchacho de piel blanca con el pelo castaño largo.
Denk se hallaba dentro de su habitación, en la nave Skørdåt, que estaba estacionada en las afueras de Chicago, en el cosmopuerto Keron, enganchada a una torre, por lo que estaba elevada unos cincuenta metros por encima del suelo. La puerta del hangar de la Skørdåt daba directamente a una plataforma. Denk estaba sentado sobre la cama y sostenía el incón con la mano. Djènia le iba diciendo:
—Y esto es lo que quieren.
—O sea, que tenemos que ir a la otra punta del Sistema Solar —respondió Denk.
—Sí. ¿Te das cuenta? Esto es peligroso de cojones —dijo ella.
—Ya. Una cosa así no se hizo nunca. Lo más lejos que fuimos es a Plutón.
—Pero, por otro lado, nos ofrecen un dineral. Muchísima pasta —dijo ella.
—Ya, ya... Pero el leddarol que quemaremos para llegar a Eris rápido también cuesta mucha guita.
—¿Tú cómo lo ves?
Denk calló un momento, pensando, hasta que dijo:
—Para hacer un viaje así hace falta algo más que agallas. Vamos a tener que luchar contra vete tú a saber cuánta gente. Ir muy bien armados no va a ser suficiente. Vamos a tener que echarle más narices.
—¿Y qué propones? —preguntó ella.
—Djènia —dijo Denk—: necesito que me hagas un trabajillo.

[2]


Cosmopuerto Keron, Norteamérica, la Tierra
 
Denk acababa la conversación con Djènia:
—...Y, por lo tanto, a partir de ahora vamos a comunicarnos por mensajes de voz grabados, usando este tipo de encriptación que acabo de decirte.
—Pillado —dijo Djènia—. Solo mensajes de voz.
—'Sacto.
—Lo decía por si no sería más práctico emplear el transpensador. Es más rápido.
—No podemos utilizar el transpensador —aclaró Denk—. Ya sabes que los pensamientos enviados por ondas tienen subtrazas de nuestro pensamiento completo. Si alguien los capta y llega a descifrarlos, le estaremos dando mucha más información de la que creemos que damos. Los mensajes enviados por transpensador son vulnerables. Por lo tanto, debemos evitarlos ahora más que nunca. En cambio, un mensaje de voz encriptado es mucho más seguro, porque no contiene subtrazas del pensamiento.
—Vale —dijo la chica.
—Lo dejamos tal como te digo, entonces. ¡Estés buena!
—'Tá lué' —respondió ella.
Cuando Denk terminó la conversación con Djènia se guardó el incón en el bolsillo del pecho de la camiseta. Se levantó y salió del dormitorio.
—¡Todo el mundo al comedor! —gritó, al mismo tiempo que él iba para allá.
Al cabo de unos minutos, en el comedor estaban Denk, su hermana Rakkett (con el cabello pelirrojo lleno de pinchos), el piloto Zuüb (con el visor blanco enganchado en la parte frontal de la cara, que contrastaba con su piel negra y sus cabellos rapados muy cortos), la ingeniera Lylya (una muchacha de facciones orientales y cabellos morenos algo largos), el forzudo Kross (blanco, con cabello corto y luciendo un tatuaje en el brazo derecho) y Mikka, el chico ladrón de la Luna (bajito, de piel blanca y cabellos rubios puntiagudos). Denk empezó a hablar:
—Los de la empresa Iniun descubrieron un nuevo tipo de aliax en Mercurio. Se ve que es lo nunca visto. Quieren que llevemos una cantidad considerable a Eris.
—¿A Eris? —preguntó Lylya, extrañada, frunciendo el ceño, acentuando sus facciones orientales.
—Sí —respondió Denk.
Entonces Rakkett se movió y dijo, con un tono algo enfadada:
—¡Pero si allí no hay nada! Hostias, ¡si es el culo del mundo!
—¿Dónde está Eris? —preguntó Mikka.
—Eris es uno de los planetoides más alejados del Sistema Solar —dijo Denk—. Está más allá de Plutón. No se sabe exactamente qué hay allí.
Entonces intervino Kross, con su vozarrón:
—Lo que es seguro es que allí hace un frío del carajo. ¿Qué temperatura habrá?
—Lo máximo, como Plutón. Pero quizá todavía es más frío.
—¡Corcho! —dijo Kross—. Se nos van a congelar los huevicos allí.
—Denk —dijo Rakkett—, si vamos allí y surge cualquier problema, lo más seguro es que no regresemos. Y cuando digo que no vamos a regresar, no quiero decir que, en caso de que sobrevivamos al problema, vamos a seguir vivitos y coleando aquí en la nave durante años. Si no podemos regresar, vamos a morir aquí dentro, lejos de cualquier lugar habitado.
—Lo sé. Pero ya fue para allá una nave de la empresa antes que nosotros. Confiemos que lleguen bien. Cuando lleguen, van a notificarlo a la empresa, y ellos a nosotros. Lo sabremos cuando nos encontremos a medio camino. O sea que, si el primer viaje se tuerce, siempre podemos dar la vuelta y devolver la carga a los de Iniun, y devolverles el dinero. Si, por el contrario, llegaron bien, y nosotros tenemos un problema, podemos acabar de llegar a Eris y que nos ayuden. Creo que, en lo referente a esto, podemos minimizar el riesgo.
—Buénole —dijo Lylya—; lo veo factible. Siempre que tengamos suficiente combustible. Pa ir y regresar del cinturón de Kuiper hay que tener mucho combustible (y también muchos cojones).
Rakkett, que seguía sin verlo claro, dijo:
—¿Y por qué no se lo llevan p'allá ellos mismos? Esta empresa tiene capacidad para hacerlo.
Denk respondió:
—Nos contratan porque no quieren que se sepa que llevamos este nuevo tipo de aliax. Si desplazan hacia allí cargueros de los suyos, en un momento u otro se va a saber que hallaron este nuevo tipo de aliax, y sus cargueros van a ser atacados por manadas de asaltantes. Y todas las naves de escolta que tienen seguramente serían insuficientes.
Zuüb, de pie en un rincón, intervino:
—¡La concha! Podrían contratar más escoltas...
—Sí —replicó Denk—, pero eso implica dar a conocer todavía más el material que transportan. Cuanta más gente involucras en este tema, más gente lo sabe, y más fugas de información pueden darse. Por lo tanto, más posibles ataques. Total, que necesitan un carguero que pase desapercibido y que pueda escabullirse rápido ante cualquier ataque. O sea, alguien como nosotros.
Rakkett, que tenía los brazos cruzados, sopló y dijo:
—Bueno, nos tocó cargar con el marrón. Y esperar que los que nos preceden lleguen bien. Si ellos fallan y nosotros tenemos un problema durante el viaje, vamos a morir en la nube de Oort, o más allá...
Denk prosiguió:
—El problema gordo, para mí, es otro. Seamos realistas: en el momento que nuestra nave parta de Mercurio, la gente que trabaja en la empresa va a saber qué llevamos y hacia dónde. Y la información va a esparcirse. Cuando atravesemos la órbita de Venus, medio universo sabrá qué llevamos. O, si no lo sabe exactamente, sabrá que transportamos algo muy valioso. Y algunos incluso pueden saber a dónde lo llevamos. Dado que Eris está tan lejos, pueden esperarnos en cualquier punto del trayecto y asaltarnos. Lo que quiero decir es que, por muchas precauciones que tomemos, hay un doscientos por ciento de probabilidades de que nos ataquen. Y, por muchas defensas que llevemos, con tantos ataques... las probabilidades de que acabemos jodidos son altísimas.
Rakkett remachó:
—Vaya, que es casi seguro que estiramos la pata.
Mikka, a quien los riesgos y la incertidumbre no le agradaban para nada, puso mala cara y dijo:
—Pues menudo panorama...
Lylya se incorporó levemente y dijo a Denk:
—¿Y qué pensó hacer, capi?
Denk respondió:
—No basta con ir muy armados. Hay que hacer algo más. Debemos ser... una sombra.
—¿Una sombra? —volvió a preguntar Rakkett, extrañada.
—Sí. Una sombra que pase desapercibida. Que se mueva sin que nadie la vea. Que nadie la busque. Una sombra escurridiza.
Tras decir aquello, se hizo el silencio. Finalmente, Kross rompió el silencio:
—Bueno, pues... ¿hacemos los preparativos?
—Sí —respondió Denk—. Debemos preparar el viaje. Y la primera cosa que vamos a hacer es... —hizo una pausa, se giró y agarró a Mikka por el brazo—. Mikka, tienes que abandonar la nave.
—¿¡Qué!? —dijo el chico, con tono de sorprendido.
—Sí —dijo Denk, estirándolo por el brazo hacia el pasillo—, debes bajarte ahora mismo.
—Pe... pero... —intentaba protestar el chico.
Ya estaban en el pasillo y Denk seguía tirando de él. Mikka se paró y forcejeó hasta que se liberó de Denk.
—¿Por qué tengo que bajarme? ¡Puedo ayudaros!
Denk se detuvo, se giró hacia el chico y le dijo:
—Mira, Mikka: esta misión es peligrosa de cojones. Fijo tendremos que combatir más de una vez. Y tú eres un simple ratero que llegaste a esta nave casi por casualidad: no tienes formación militar, ni sabes cómo funcionan las armas, ni puedes mantener una lucha con armas de fuego. Lo siento, chico, pero no aportas mucho. Debes apearte.
Y volvió a asirlo por el brazo, estirándolo hacia el hangar. Mikka todavía protestaba mientras bajaban la escalera metálica de caracol que llevaba del pasillo de los dormitorios al hangar.
—¡Pe... pero os puedo ser útil! ¡Voy a esforzarme!
Al llegar a la parte baja del hangar, Denk se lo llevó hacia la rampa que había a babor, que estaba abierta, y lo echó fuera. Cuando Mikka estaba en la rampa, Denk le dijo:
—No te apures, cuando regresemos de Eris puedes volver a subirte a la nave. Si es que regresamos.
Mikka estaba tan trastornado que no sabía qué decir. Se dio cuenta de que no serviría de nada protestar, y por ello se giró y empezó a bajar por la rampa. Cuando se hubo apeado se volvió para mirar a Denk. Denk entonces presionó el botón para cerrar la rampa, que empezó a subir. En un instante se cerró. A continuación, Mikka oyó cómo se ponían en marcha los motores de la nave y se elevaba un par de metros. Lentamente, la nave empezó a desplazarse y, al cabo de poco, ya estaba volando.
Mikka se quedó solo, sin saber todavía por qué lo echaron.
 
¿Cómo lo harán Denk, Rakkett, Kross y toda la peña para esquivar asaltanaves? Lo sabrás adquiriendo el libro Skørdåt II: Una sombra escurridiza (pulsa aquí).
 
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